miércoles, 22 de mayo de 2013

Esto se acaba. Creo que no me haré realmente la idea hasta que llegue el último día de clase y cuelgue por fin mis hábitos de estudiante (aunque sea temporalmente).

Recuerdo hoy la cena de gala. Era como una premonición de que falta poco y aún no he dejado ir a esa parte de mi. Siento que estoy aferrada a las faldas de la madre universidad, como un niño que no quiere ver la inmensidad que hay delante de él porque siente inseguridad por todo lo que ve delante de sus ojos.

Este curso ha pasado sin pena ni gloria, y puedo decir sin miedo a equivocarme, que ha sido el peor de todos ellos (y no por notas, si no porque anímicamente era imposible tener ganas de ir a clase).
Actualmente sólo tengo dos asignaturas pendientes para cumplimentar los 240 chupi-créditos, y al hacer prácticas en empresa, siento que estoy entre dos mundos, pero que realmente y siendo sinceros, no pertenezco a ninguno.

Porque la universidad es algo lejano, como que ya no pertenezco, que las clases es algo que hago los miércoles y los viernes cuando me aburro, y que realmente ya nada me ata allí. En la empresa, simplemente soy la becaria, la que entra y sale sigilosamente, y que si estuviese dos semanas sin aparecer, nadie se preocuparía, sólo pensarían que me he tomado unas discretas vacaciones.

Mi sitio es algo etéreo. Está donde yo quiero estar. Está en el lugar donde nos vayamos, dónde podamos hacer nuestra vida y donde no sintamos que estamos sobrando y que no podemos dejar nuestras cosas por miedo a que un día no seas tú el que esté allí sentado.

No debe darnos miedo no saber donde estará ese sitio. Sólo se que será bueno porque estarás allí. Y con eso es suficiente.


martes, 16 de abril de 2013

Los miedos siempre nos han acompañado. No es algo surgido en el siglo XXI, ni que acabará en 2020.
Nos acompañan desde pequeños, en nuestra madurez y en la vejez. Miedo a la oscuridad, al coco-que-viene-y-te-comerá, a crecer demasiado rápido, a lo raro, a lo desconocido, a envejecer, a quedarse solo o a morir.
Hay veces que los miedos se transmiten, como si fueran hereditarios, como el miedo a las arañas o los señores de grandes barbas.
Otras, los miedos, surgen como pequeñas setas, invadiendo los cuerpos como los verdes campos, dejando a las personas con un padecer inmenso y un capacidad nula de reacción.
Yo misma, me di cuenta de mis miedos en un mes de abril. Llevaba detrás de ellos como un buen detective y su perro sabueso, olisqueando las pistas sin ser vista.
Y un día, por fin, saqué a relucir mis conclusiones, las que se hallaban escritas desde hace tiempo, pero que el propio miedo supremo había escondido bajo una contraseña de 20 caracteres, símbolos, mayúsculas y números.
Y el día que lo leí, como si fuera el Santo Grial, me hice una promesa de estas que se hacen a principio de año, pero que yo hago en abril (porque dicen que los propósitos nunca se cumplen):

"Querido Señor Miedo Absurdo: 
Hemos tenido una larga relación, pero los dos sabíamos que un día debía acabar. Que no era buena para ninguno de los dos, porque usted tiene más gente a la que asustar sin sentido, y a mi ya me ha tocado aguantarle bastante tiempo. Y porque si después de toda nuestra larga relación me ha cogido un poco de cariño, entenderá que quiero rehacer mi vida con otro tipo de sentimientos más afines a mi. Espero que su recuerdo, afiancé más si cabe mis sentimientos hacía A.
Un saludo 
Miss H."

Y así fue como nos despedimos para siempre jamás. Dejándole aparcado en el olvido, porque el Señor Miedo Absurdo, puede llegar a un egocentrismo tal, que lo que uno tiene alrededor, se desvanece en pequeños pedazos que corten tanto como el vidrio afilado.

Porque hay veces que necesitamos a alguien que nos ayude a quitarnos la venda de los ojos y que nos ayude a saltar al vacío, pero siempre que nuestros ojos puedan ver el espectáculo de nuestro alrededor. El sentimiento de la felicidad que apartó al miedo de mi vida.

martes, 2 de abril de 2013

Hoy ha sido el primer encuentro con Mr. Boss. Entró como un huracán y salió directo a los 45 segundos del despacho.
Cabe decir que ya me lo esperaba, pero aquel hombre que en mi mente se parecía se parecía al abuelito de Werthers Original, se ha acabado pareciendo al que hace de Pedro Picapiedra en "Los Picapiedra, la película" el señor John Goodman (que para quien era muy joven y no sabe quien es, es este señor con cara de bonachón que podréis ver si hacéis click aquí).

Ya puedo decir que llevo un mes (vacaciones de Pascua y Fallas, excluídas) trabajando, y ya me han puesto más faena de la inicialmente prevista; aunque no me puedo quejar, me gusta sentirme útil para unas personas que me han acogido a pesar de los tiempos que corren. Así que ahora soy ayudante-de-la-organización-de-contenidos-de-la-página-web. Así tan largo queda hasta bien, si quiere alguien el nombre corto, soy la becaria de toda la vida, pero sin tener que hacer fotocopias y llevar el café al Mr. Boss.

Además, temporalmente he cambiado de ubicación y puedo desplazarme en metro, dejar el coche en casa y ver como el centro amanece todas las mañanas, cosa que me gusta y me hace sentir muy pofesioná. Y otra cosa es que estoy en la cuqui-oficina, tan nueva, con todos sus muebles de diseño y eh, ojo, café GRATIS, que en el otro sitio tengo que desembolsar 60 brillantes céntimos que me dan para una barra de pan (y más!) en Mercadona.

Así que encima que ahorro por parte doble y estoy en la cuqui-oficina.

Nada más que añadir.


La becaria. 


PD: mañana prometo tararear los Picapiedra al entrar. 


sábado, 16 de marzo de 2013

Siempre me ha gustado escribir, y enrollarme como las persianas inventando mil historias. Y desde que dejé de escribir, de vez en cuando, he sentido el impulso de volver. Aquí.

Me gusta volver porque me gusta recordar. Hay quienes dicen que hay gente que vive anclada en el pasado, en lo que fue y nunca podrá volver. 
Yo opino, que sin un pasado, nunca habría llegado a ser quien soy ahora, y sin él, no tendría las bases para seguir caminando hacia adelante. 

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me senté a escribir, tanto, que se han multiplicado por tres los años que llevo sin venir, y también por tres las cosas que se han quedado sin escribir, aparcadas o guardadas como un simple borrador por lo que se pueda pensar, decir o escribir.

La diseñadora casi es ingeniera. La ingeniera es la parte profesional, la que se sienta todos los días en una mesa con un lapicero, dos bics negros sin tapa, un calendario y dos archivadores llenos de catálogos de esas cosas que una nunca piensa terminar haciendo y algún que otro dibujo (garabato, please).

La parte no-diseñadora, es feliz. Feliz, no-dentro-de-lo-que-cabe feliz, si no, feliz feliz. Feliz por levantarme todas las mañanas pensando en que tengo alguien maravilloso a mi lado (aclaración: lado significa 15 km de distancia), que no podría querer más, y que me hace la vida totalmente perfecta.

Hay veces que siento como una especie de auto-envidia. Por la sensación que causa el saber que estás con la persona que adoras, que esa persona te quiere (y mucho), y que puedo andar sin tener los pies de plomo. Porque ando sabiendo que tengo a alguien que me cogerá de la mano para que no me caiga si mis pies son demasiado pesados para un suelo tan ligero. 

También existe otra parte no-diseñadora, que se siente como en una cuerda. Pero en una cuerda de esas que se encuentran en la parte alta de un rascacielos y que cruza hacia otro rascacielos con la misma altura. Esos que salen en la tele con un palito ridículo y sin lo importante, que es un paracaídas. Pues así es la sensación que tengo con ciertas personas, que siento que voy andando con paso firme de vez en cuando, pero sin querer miro al suelo, siento vértigo bajo mis pies, y parece que todo vaya a caer.

Y juro que no pensaba hablar de pies en cosas que no tienen nada que ver con las extremidades superiores, pero hay veces que soy tan circunloquiadora

Pronto más. 



 
© 2012. Design by Main-Blogger - Blogger Template and Blogging Stuff