Me encantan las canicas. Siempre me preguntaba como podían meter esas olas de colores en esas pequeñas esferas de cristal. Olas que giraban rápidamente de un lado a otro de la habitación por el brillante suelo rojo. Pero ni las olas de colores que relucían al reflejarse en ellas el sol, se podían igualar con la pequeña canica negra.
La única diferente, y creo que por ello... la que más me gustaba.





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